Riojarchivo

 

Título: El zorro ayuda en la era y engaña al lobo
Clasificación: Cuentos
Localidad: Navalsaz
Informante: Apolinar Fernández Miguel (23-7-1918)
Recopilador: su nieto César Fernández Martínez-Losa
Lugar y fecha de recogida: Calahorra, año 2001
Catalogación: Aarne-Thompson y Camarena-Chevalier 59 + 1 + 2 + 5; La zorra y los agraces + El robo del pescado + La pesca con la cola + Mordiendo la pata

 

El cuento del tío China

«Estaba un zorro sin saber dónde matar el hambre. Ya se le ocurrió ir a tener los machos a un hombre que le llamaban el tío Gallo, que estaba trillando la parva con unos burros. Tener los machos consistía en que mientras le daban la vuelta a la parva, un chaval sujetaba a los mulos con el correaje.

–A ver si quería que le tendría los machos.

Precisamente era viudo, no tenía hijos ni nadie que le tendría los machos y lo admitió:

–Bien, tú me tienes los machos y yo en cuenta te daré de almorzar.

Pero el zorro, mientras estaba teniendo los machos, vio caer una hoja de un pomar que estaba bastante lejos, creyendo que las pomas estaban maduras. Entonces dejó los machos abandonados en la parva y marchó donde el pomar a ver si se hartaba de pomas. Pero se equivocó, después de estar dando vueltas un rato por debajo del árbol no encontró más que una hoja en el suelo. Y dijo entre sí:

–¡Bah, total, pa la gana que tenía, aún no están maduras!

–¿Cómo mataré el hambre hoy? –se preguntó–.

Se le ocurrió asomarse al camino que sube de Ambas Aguas a Navalsaz y vio a un señor, el tío China, que venía de vender sardinas de un pueblo a otro.

–¿Cómo me arreglaré yo pa comer sardinas? –dijo el zorro–. Ya me lo voy a pensar, voy a bajar al camino, me hago el muerto y cuando suba el tío China me echará encima del burro y en algún descuido que tenga yo me entenderé para comerme las sardinas.

Así lo pensó y lo hizo. Bajó al barranco de Totico, se echó en medio del camino y llega el tío China:

–¡Rediez, un zorro muerto!, con lo que valen las pieles. Pues si lo despelleto me van a dar un porción de perras, pero… ¿cómo voy a dejar las sardinas? Se me van a perder si no las vendo hoy. En fin, aquí se queda el zorro y yo me voy camino arriba.

El camino antes de llegar a Navalsaz era un poco largo y tenía una gran revuelta, el zorro se espabiló cuando el tío China tiró palante y mientras daba la vuelta por el camino, el zorro se subió por un atajo y se tumbó en unos árboles que llamábamos chuscos. Allí, a la sombra de un chusco, se tumbó otra vez. Llega el tío China de nuevo y… otro zorro muerto que se encuentra.

–¡Rediez, pues si hubiera despelletado aquel y éste, con las dos pieles me hubiera ganado más que todo lo que me voy a ganar con las sardinas. Voy a atar el burro aquí, a la sombra del árbol, echo este zorro muerto encima del burro y me bajo a por el otro.

El zorro, que eso es lo que quería, en cuanto vio marchar al tío China para abajo se le comió la merienda y después cogió las sardinas y subió a esconderlas en una choza que yo la he visto en El Hoyo Agil. Y el tío China subió el pobre sin hallar el zorro muerto y cuando llegó donde el burro, sin merienda, sin sardinas y sin nada. Y se marchó a Navalsaz desesperado.

El zorro guardó las sardinas en la choza, iba todos los días y se llevaba dos para merendar, se ponía a la sombra de los árboles a merendar, tan fresco. Un día llegó un lobo muerto de hambre y vio que el zorro se estaba comiendo dos sardinas y le pidió una. El zorro le dijo:

–Mira, bájate esta noche al Pozo Airón, metes el jopo y a la mañana tendrás todas las sardinas pegadas al jopo.

El lobo, como tenía tanta hambre, no contento con meter el rabo se metió entero, hasta el cuello. Pero eran noches que helaba mucho, tanto que a la mañana siguiente quería salir y no podía, el hielo casi le ahogaba y no podía romperlo para salir.

–¡Huy, cuántas debe haber! –decía el lobo–. Tiene que haber muchas porque yo no puedo salir de aquí de tanto como pesan.

Ya quiso Dios que pegara el sol y al mediodía, el lobo pudo romper el hielo y salir. Entonces se desengañó porque no tenía ninguna sardina, que todo era un embuste que le había preparado la zorra. Conque el lobo subió El Hoyo arriba y enseguida vio a la zorra que se llevaba unas sardinas para comer, se las comió y no esperó a que llegara el visitante. La zorra echó a correr, el lobo detrás de ella por el Hoyo de la Cebedilla, el Collao la Muela, el Alto los Celos, el Prao Mayor, Cuesta Beltrana abajo, el barranco Valdesálvada hasta Valdesálvada, donde había un chopo que tenía dos agujeros y se metió por uno creyendo que el lobo no la habría visto. Pero sí que la vio. Entonces al lobo no se le ocurrió otra cosa que coger unas aliagas, prenderles fuego y acercar la llamarada al agujero. La zorra entonces le dice:

–La vida me dais que me calentáis.

El lobo, creyendo que era verdad lo que le decía, empezó a echar agua y apagó el fuego. Entonces la zorra dijo:

–La vida me dais que me refrescáis.

Ya el zorro la dejó por imposible, total que la zorra se salvó y aquí se ha terminado el cuento.»

 

Título: El zorro ayuda en la era
Informante: Benito Martínez Martínez (29-6-1927)
Recopiladores: Helena Ortiz Viana, Javier Asensio García y Julián Tomás Lasheras
Lugar y fecha de recogida: Navalsaz, 4 de agosto de 2002
Catalogación: Aarne-Thompson y Camarena-Chevalier 59; La zorra y los agraces

 

Publicado en Javier Asensio García, Los 99 mejores cuentos de la tradición riojana, , Piedra de Rayo, Logroño, 2012.

 

El Pozo Airón, lugar donde el lobo del cuento pasó la noche esperando las sardinas.