Título: Las comodidades del señor obispo |
Resulta que subió el obispo a confirmar a los chavales de por áhi, de la sierra, de Cornago, y, claro, pues no tenían váter y:
–¿Ónde metemos al señol obispo?
El alcalde, el tal, el cual. Pues ya dijeron:
–Pues bueno, vamos hacéle un aujero.
En donde s’iba acostar l’hicieron un aujero y le dicen:
–Aquí tiene usted para que haga sus necesidades si quiere y tal.
¡Mecagüen! Pues que a medianoche, al señor obispo le dio ganas de salir hacer sus menesteres y se pone en el aujero aquél. Pero ya habían puesto abajo al alguacil y le habían dicho:
–Tú, cuando empiece, le das con una escobilla así pa que le limpies.
Con que sale el señor obispo, se hace sus menesteres, y el otro ya, como era tarde, s’había quedao dormiendo y le cae en la cara, ¡plas! ¡Mecagüendiez!, el otro, corriendo a dal’le a la escobilla: pin, pon, pin, pon. Y dice el señor obispo:
–Pues qué cosa más bonita, ¡vaya!
Se asoma (el obispo por el agujero) y, ¡zas!, le da en la cara.
–¡Joder! (dice el obispo).
–¡Como ha habido mucho, pa todos hay! –le dice el alguacil–.
Le manchó la cara, le manchó la cara. Claro, al otro ya se l’había manchao ya.
Publicado en:
- Javier Asensio García, Cuentos riojanos de tradición oral, Piedra de Rayo, Logroño, 2004.