Título: Las quejas de la Magdalena |
La Virgen del manto negro que por el suelo lo arrastra
lleva en su mano derecha un lindo cáliz de plata
para recoger la sangre que Jesucristo derrama.
–Limpia, limpia, Magdalena, que no te tengo olvidada,
que en lo más alto del cielo tengo dos sillas clavadas,
no las ha hecho carpintero ni hombres de carpintería,
que las ha hecho el rey del cielo para la Virgen María.
La Virgen María estaba sentadita en una silla,
dándole pecho a su hijo, su hijo pecho quería.
–¿Por qué lloras, hijo mío, por qué lloras, hijo amado?
–No lloro por los azotes ni por lo que me dolían,
lloro por los pecadores que se mueren hoy en día,
que el purgatorio está lleno y la gloria está vacía–.
A la muerte del rey Fernando I de León (1016-1065) sus reinos se dividieron entre sus hijos: Sancho recibió el condado de Castilla elevado a categoría de reino; Alfonso, el Reino de León; García, el Reino de Galicia; Urraca la ciudad de Zamora y Elvira la de Toro.
Las particiones del rey Fernando es el segundo de los poemas épicos del ciclo del Cid. En una de las escenas, Urraca se queja irrespetuosamente ante el rey moribundo de que la va desheredar. La escena de las quejas se desgajó del poema épico y cobró vida en labios de juglares y del pueblo quien la cantó en metro romance. Este romance ha llegado hasta nuestros días en textos como el siguiente:
Cállese ya, la mi hija, que no la tengo olvidada,
que allá en Castilla la Vieja un rincón se me quedaba
y has de ir a vivir, entre los moros y España,
serás reina de Zamora, de murallas bien cercada,
por un lado estará el Duero por otro Peña Tejada.
Este romance que en los siglos XV y XVI debió gozar de mucha fama entre el pueblo llano fue vuelto a lo divino por alguna pluma docta, trocando las quejas de doña Urraca ante el lecho de su padre en las quejas de la Magdalena ante la cruz de Jesucristo. Todavía corren por España algunas versiones tradicionales, muy pocas, de este romance de Las quejas de la Magdalena. En la versión de Lagunilla de Jubera aparece camuflado en medio de un romance-oración, no se oyen las quejas de la Magdalena pero sí algún verso idéntico al que pronunció el rey Fernando en su lecho de muerte: «que no te tengo olvidada». Doña Urraca recibió Zamora y la Magdalena dos sillas en el cielo. Un hallazgo sorprendente y de última hora que alimenta aún más la riqueza del ya valioso romancero tradicional riojano.
Bibliografía:
- Diego Catalán Menéndez Pidal, Arte poética del romancero oral, parte 1ª: Los textos abiertos de creación colectiva, Siglo XXI, Madrid, 1997.
- Mariano de la Campa Gutiérrez, Antología de la épica y el romancero, Biblioteca Hermes, Clásicos Castellanos, Barcelona, 1998.