Riojarchivo

 

Título: Recuerdos de la danza en Camprovín
Clasificación: Danzas procesionales, indumentaria
Localidad: Camprovín
Informantes: Ismael Prado Anguiano (20-11-1947), Arturo Villar Villar (15-5-1953) y Gonzalo Prado Prado (14-10-1921)
Recopilador: Javier Asensio García
Lugar y fecha de grabación: Camprovín, 21 de abril de 2011

 

Camprovín, como todos los pueblos del Valle del Najerilla, tuvo antiguamente danzas procesionales que no debían ser muy diferentes a las de los pueblos cercanos. Debieron desaparecer hacia los años treinta del pasado siglo. Tras la guerra civil no quedó rastro de ellas. Los falsos intentos de “recuperar” las danzas locales que promovió la Sección Femenina en los años sesenta se hacían sin ningún rigor. En la atrevida ignorancia de este colectivo falangista no cabía más que la imposición de unos modelos coreográficos inventados y abocados, afortunadamente en el caso de Camprovín, al fracaso.

De las viejas danzas cada vez quedan menos recuerdos. Como en toda danza procesional, los danzadores acompañaban a la imagen de la Virgen del Tajo desde la ermita hasta el pueblo y en el recorrido contrario durante la fiesta de Acción de Gracias. También se bailaba en las fiestas de San Roque. Al último cachibirrio le llamaban Tuto y el gaitero que las interpretaba era Sinforiano Sancha, un buen gaitero local que habitualmente tocaba en los pueblos de alrededor, incluso, en las danzas de zancos y fiestas de Anguiano. En las danzas de Camprovín ocurría una cosa muy curiosa y extemporánea: Durante la procesión no se tiraban cohetes sino disparos de armas. Este detalle nos trae recuerdos de las viejas soldadescas que fueron prohibidas a lo largo del siglo XVIII y erradicadas de la mayor parte de España por el peligro que suponían los alardes con armas y el disparo con fuego real.

La figura del cachibirrio tenía, como en otros lugares de La Rioja, carácter de gracioso. Las pullas que componía el jefe de la danza iban dirigidas sobre todo contra los visitantes de los pueblos vecinos. Gonzalo Prado conserva en su memoria varios de estos brindis burlescos, como los que dirigió uno de los últimos cachibirrios a los de Baños de Río Tobía, a quienes acusaba de meter piedras en los sacos de carbón que vendían a peso, y los que dedicó a los de Arenzana de Abajo insinuando que utilizaban el lástico –una especie de chaqueta– para guardar en ella todo lo que robaban en los campos de los pueblos colindantes al suyo.

Con motivo de este brindis, Gonzalo nos da detalles de una vieja prenda de vestir que usaban los hombres del campo durante la primavera, el lástico o elástico, más liviana que la chaqueta de pana del invierno.