Riojarchivo

 

Título: El brujo de El Redal I
Clasificación: Supersticiones
Localidad: El Redal
Informante: Áurea Carrillo Pascual (11–-7-–1913)
Recopilador: Javier Asensio García
Lugar y fecha de grabación: Logroño, 29 de septiembre de 2003

 
Hacia el año 1880 Matías Carrillo, de El Redal, fue con su mujer enferma a un curandero muy afamado de no se sabe qué lugar. Cuando entró por la puerta el curandero le dijo:

–Ya sé a qué viene usted. Tiene la mujer enferma y todavía no sabe que puede curarla mejor que yo, porque usted tiene tanta gracia como yo o más.

Le dijo claramente que hay dos clases de enfermedades, una las de Dios, en las que los hombres no podían hacer nada y las boticas sí. Y otras, las enfermedades provocadas por los hechizos –el mal de ojo, el odio y los malos espíritus–, para estas enfermedades las boticas no hacían más que empeorar y solo se podían curar con la ayuda divina. A partir de entonces Matías, el brujo de El Redal, se encargaba de discernir entre estas dos clases de enfermedades: consultaba un libro titulado El oráculo de Napoleón Bonaparte y practicaba la adivinación mediante las llaves, método llamado clidomancia.

La resolución de los males del alma pasaba por ir al afamado santuario de la Virgen de Arbeiza (en tierra Estella, Navarra) y que el propio interesado o el cura del lugar leyera los conjuros en estos términos:

Paso los conjuros por fulano que está muy enfermo,
por mi familia,
por todos mis animales
y por mis intereses.

También había que llevar una botellita de aceite y un poco de sal para que el cura de la Virgen de Arbeiza los bendijera. Matías se encargaba de indicar cómo debía aplicarse el remedio: hacer la señal de la cruz con un dedo untado en aceite sobre la frente del enfermo, echar tal proporción de sal en el agua que iba a beber el ganado enfermo, etcétera.

Matías nunca cobraba. La gracia por hacer bien –decía– le venía dada por Dios y Dios quería que el bien se extendiera, sobre todo, entre la gente humilde que era a la que más atendía. Aún así nunca le faltaron los detalles de la gente que sanó, como las cerezas mollares que abundaban en su casa, una clase de cereza de sabor exquisito de las que ahora apenas quedan árboles. Su casa, además de un consultorio, era fonda gratuita porque allí se alojaban los que iban a visitarle, allí comían y guardaban los ganados y, si se les echaba la noche sin poder regresar al pueblo, allí dormían. En su casa se recibían cientos de cartas de agradecimiento.

Matías recibió del brujo que le inició, además del oráculo para hacer el bien, un libro de magia negra para hacer el mal. Al poco tiempo de tenerlo en sus manos se deshizo de él, lo quemó, porque tuvo claro que nunca lo iba a usar.

A Matías no se le podía engañar, además de sanar, daba buenos consejos sobre la vida y sobre la elección de pareja para el matrimonio.

Áurea Gil Carrillo recuerda las decenas de curaciones obradas por su abuelo Matías y los prodigios de aquellas llaves adivinatorias. Aunque Áurea tenía inteligencia y capacidad suficiente para haber adquirido sus dones, nunca demostró interés por las inconveniencias que veía en todo aquello. Ningún descendiente de Matías heredó sus cualidades y El oráculo de Napoleón y las llaves hace tiempo que se perdieron.

Aurea

 Áurea Gil Carrillo, la nieta del brujo de El Redal